Al llegar a Salamanca, lo que me ha saltado primero a la vista es su increíble belleza representada por sus antiguos edificios, entre los cuales se perciben las universidades de Salamanca y la de Pontificia, sin olvidar sus dos grandes catedrales y la Plaza Mayor, lugar principal de encuentros. Luego el clima, en comparación con el de mi país Gabón que es seco pero aquí, hace mucho frío. De eso, me molesta salir todos los días con los vestidos de Charros. Prefiero quedarme en casa después de las clases. En lo general, la gente habla muy rápido y a veces, no resulta fácil comprender lo que alguien dice. Pero, pienso que sobre la marcha, me acostumbraré. En lo que toca al comportamiento de los salmantinos, diremos que son un poco cerrados. Eso se podía notar cuando estuvimos en la Residencia Universitaria Hermántica donde pasamos dos semanas antes de ir a las familias. En efecto, todos los días en el comedor, los estudiantes españoles que vivían allí preferían estar juntos en una mesa que ellos ya habían elegido. ¡Que raro. Lo que puede parecer extraño en Salamanca, es que a partir de las cinco, vemos personas adultas en la calle paseando mano a mano, en símbolo de amor. Eso me hace recordar a mis abuelos. En cuanto a la gente joven, fumar y beber a su antojo, son acciones importantes sin preocuparse de las consecuencias de eso. Aquí, las horas de comer dependen de cada lugar o familia. En la residencia, desayunábamos a las siete y media, comíamos a la una y media y cenábamos y las nueve. En la familia, desayunamos a las siete y media, comemos a las dos y media y cenamos y las diez. Generalmente la comida suele estar bien, pero a veces, hay mucha sal. Los alimentos más consumidos son: el pan, patatas fritas, jamón de bellota, carne…
Después de haber pasado dos semanas en la Residencia, las familias de acogidas vinieron a buscarnos y nos fuimos. De allí empezó una nueva forma de vida de la que hemos querido hablar, pero por falta de tiempo, no lo podemos.